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Recuerdo del profeta Isaías. Leer más

Libretto DEL GIORNO
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Jueves 9 de mayo

Recuerdo del profeta Isaías.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 16,16-20

«Dentro de poco ya no me veréis,
y dentro de otro poco me volveréis a ver.» Entonces algunos de sus discípulos comentaron entre sí: «¿Qué es eso que nos dice: "Dentro de poco ya no me veréis y dentro de otro poco me volveréis a ver" y "Me voy al Padre"?» Y decían: «¿Qué es ese "poco"? No sabemos lo que quiere decir.» Se dio cuenta Jesús de que querían preguntarle y les dijo: «¿Andáis preguntándoos acerca de lo que he dicho: "Dentro de poco no me veréis
y dentro de otro poco me volveréis a ver?" «En verdad, en verdad os digo
que lloraréis y os lamentaréis,
y el mundo se alegrará.
Estaréis tristes,
pero vuestra tristeza se convertirá en gozo.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

"Dentro de poco ya no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver." Los discípulos están algo desconcertados por estas palabras, pero en realidad Jesús quiere señalarles su muerte y resurrección. Este es el sentido de su lejanía que pronto se convertirá en una cercanía mucho más profunda que la física que están experimentando hasta entonces. Jesús está hablando de su muerte y resurrección, pero antes de que los discípulos se sientan abrumados por la decepción y el abatimiento quiere explicarles que ese desgarro doloroso, representado por su partida de la Tierra para volver al Padre, no es en realidad una separación. Tras su muerte vendrá la resurrección. Es la victoria de la vida sobre la muerte. Esta victoria permite superar toda distancia. Lo que importa a los discípulos, de entonces y ahora, es seguir buscando a Jesús y desear estar cerca de él. Los apóstoles parecen desconcertados ante estas palabras paradójicas: ¿cómo puede la distancia física convertirse en una proximidad aun mayor? Jesús no deja sin respuesta ese desconcierto. Y les dice que el dolor y la tristeza por su partida se convertirán en una oración de invocación capaz de transformar la tristeza de la distancia en la alegría de una cercanía reencontrada. En efecto, después de la ascensión de Jesús al Padre, cada hombre y cada mujer, en cada rincón de la Tierra, podrán tener cerca al Señor e invocarle con la oración: el Señor hablará a sus corazones a través de su Palabra, de la eucaristía y del amor de la comunidad.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.